No sabemos si fue el cansancio acumulado o el fresquito que hacía en la sabana pero lo cierto es que dormimos como lirones y recargamos la energía al 100% para seguir con el safari y la visita al poblado masái.
A las 6 de la mañana estábamos desayunando en la cabaña principal del campamento dispuestos a seguir con nuestro safari. El aperitivo del día anterior nos había dejado con ganas de más. Con todas las baterías de nuestros móviles y cámaras cargadas nos dirigimos a nuestra furgoneta. Aunque no haya luz eléctrica tienen un generador que funciona durante tres horas al día, algo es algo.
Más safari
Mientras íbamos adentrándonos en la sabana, Wilson que era nuestro guía y conductor durante esos días nos explicaba el objetivo final de todos los safaris fotográficos. Poder ver a los llamados ‘big five‘: el león, el leopardo, el rinoceronte negro, el elefante y el búfalo cafre. ¿Lo conseguiríamos nosotros?
Los primeros que se dejaron ver fueron los elefantes, que moviendo sus más de 5000 kg iban paseando de manera muy tranquila como si la presencia humana no les perturbase. Al poco nos encontramos con las leonas junto a sus cachorros que estaban dándose todo un homenaje a costa de un ñú. Mientras el león perezoso dormitaba al lado.
Los búfalos no tardaron en aparecer, estaban tranquilos, en manada y comiendo, que es lo que más hacen durante el día. Seguimos la ruta buscando al más difícil de ver, el leopardo. Y a pesar de que nos costó, y mucho, juro que lo vimos pero fue tan rápido que no conseguimos fotografiarlo. Wilson, el guía, nos contó que se esconde entre la maleza y se camufla tan perfectamente que cuesta mucho captarlo.
Era increíble ver como lo que has estado viendo tantísimas veces en televisión se hacía realidad delante de tus ojos. Hienas y buitres alimentándose de la carroña, jirafas comiendo de las copas de los árboles, antílopes y avestruces a la carrera, cebras «abrazándose» a su manera. Estábamos viendo en directo el maravilloso ciclo de la vida.
Comiendo en mitad del Masái Mara
A las 12h, en medio de la sabana y muy cerca de los animales, Wilson nos indicó que era la hora de comer. Preparo un picnic para el grupo y como si fuese lo más normal, nos invitó a sentarnos debajo de un árbol. Al principio pensábamos que era una broma pero no, él era un experto guide y sabía perfectamente en qué zonas se podía bajar del vehículo sin correr ningún peligro. Esa era una de ellas.
Tras el parón Wilson nos llevó cerca del río para ver al animal que, lejos de ser tan simpático como dicen, es el que más muertes causa en África. Ahí estaban los hipopótamos, con una envergadura que sorprendía y una tranquilidad que estremecía. Esa fue la última estampa con la que nos quedamos ese día. De ahí emprendimos el viaje de vuelta al campamento disfrutando de más y más animales pero con las ganas puestas en nuestra próxima actividad.
Visita a un poblado masái
Era hora de ir a conocer un poblado masái, ver cómo viven y conviven las tribus y sobre todo, ver cuán diferente es su cultura con respecto a la nuestra. Allí nos recibió el jefe de la tribu que no tardó en dar inicio a un baile de bienvenida. Fue espectacular ver a un grupo de masáis vestidos con sus trajes típicos saltando, cantando y tocando instrumentos hechos por ellos.
Tras la ceremonia inicial, el jefe nos enseño todo el poblado. Vimos donde guardaban al ganado, donde se reunían todos, donde tenían sus sembrados, y finalmente vimos una de las casas por dentro. Una construcción hecha a base de, como ellos lo llamaban en perfecto castellano, «caca de vaca» y paja, sin luz y con mucho humo. Tuvimos la oportunidad de sentarnos con la familia mientras compartíamos, alrededor de una hoguerita -de ahí todo el humo-, las diferencias entre nuestra cultura y la suya.
A las 18h llegamos a nuestra cabaña con ganas de darnos una ducha y cenar, así que dicho y hecho. La familia de Joseph, que regenta el campamento, había preparado tres platos distintos y a modo de «self-service» pudimos degustar distintos sabores muy «afrikani».
El safari y la visita al poblado masái habían cumplido nuestras expectativas del día. La experiencia del poblado fue tan enriquecedora que aún hoy me sigo preguntando cómo podemos ser coetáneas dos sociedades tan distintas. Puede sonar a tópico pero no he visto una mirada tan pura como la de los niños de ese poblado, no esperan nada porque no tienen nada. El quid es: ¿qué es «nada»? Me atrevo a decir que su «nada» está muy alejado de nuestro «nada».




