El tercer día de nuestra semana en Nueva York lo dedicamos al Downtown. Lo hicimos coincidir con que fuese lunes, día perfecto para conocer la zona financiera de la ciudad en su máximo esplendor.
Habíamos leído que durante el fin de semana el ambiente cambia mucho y es mejor ir en pleno apogeo, cuando todas las oficinas están abiertas y los rascacielos acogen un día más a todos sus trabajadores en esas jornadas maratonianas.
Empezamos semana con nueva rutina, a partir de este día desayunaríamos en nuestro apartamento, como unos americanos más. Y es que nos dimos cuenta de que no le estábamos sacando el máximo provecho a nuestro alojamiento, así que una compra en el supermercado del barrio solucionó el problema y además, nos supuso un ahorro considerable en nuestro budget vacacional.
Lo que no perdonamos fue el café americano en el puesto callejero de turno. Por 2$ nos hacíamos con uno, eso sí: cantidad industrial y temperatura infernal. Poco a poco le fuimos cogiendo el punto al tamaño de vaso y el truco para no escaldarnos la lengua.
World Trade Center
Como el día estaba nublado y amenazaba lluvia, preferimos hacer el trayecto de ida (3$) al Downtown en metro.
Quisimos bajarnos unas paradas antes para llegar a la zona andando e ir contemplando las calles repletas de gente que entraba y salía de sus oficinas.
Lo primero que nos encontramos fue la huella reciente de un español: la nueva central de transportes del World Trade Center, del arquitecto Santiago Calatrava.
El Oculus, que así se llama, puede recordar a la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Es un diseño que no deja indiferente a nadie, mil puntas emergen de la caja central mimetizándose con los rascacielos vecinos. En el interior, además de la red de transportes se encuentran tiendas y más tiendas. El consumismo americano se hace latente por encima de todo.
A escasos metros de distancia pero a muchos de concepto, nos encantó el «Two World Trade Center Mural Project», que da color y un tono más divertido y desenfadado a toda la zona.
De ahí fuimos a ver la «zona cero», las dos inmensas fuentes con los nombres grabados de todos los fallecidos en el 11-S que hicieron en los espacios que antes ocupaban las dos torres gemelas.
Dar un paseo, leer nombres y oir el agua caer a un infinito diseñado a conciencia, hace inevitable rememorar todo lo ocurrido en el ataque terrorista del 2001.
Esta visita es gratuita pero si queréis ahondar más en todo lo ocurrido, justo al lado de las fuentes está el Museo del 11-S, donde rinden homenaje a las 3.000 víctimas. La entrada cuesta 26$.
Wall Street
Nuestra ruta continuó por Wall Street que nos conducía directamente al núcleo del distrito financiero: la bolsa de Nueva York.
Sorprende ver lo poco que luce, está entre calles muy estrechas y la única forma que tienes de verla algo mejor es desde las escaleras del Federal Hall, el primer capitolio de los Estados Unidos y el lugar donde George Washington fue nombrado primer presidente del país. En homenaje a este personaje, la imponente estatua que hay en la entrada.
Coincidió que justo el día que nosotros estábamos paseando por esa zona, había una concentración en contra del cambio climático así que las medidas de seguridad habían aumentado y los efectivos multiplicado, así que aprovechamos el momento para descansar un poco en esas escaleras con un famoso pretzel viendo la locura que había montada.
Después quisimos ir a ver el famoso toro de Wall Street, pero nos tuvimos que conformar con verlo desde el otro lado de la acera, pues nos resultó imposible poder acercarnos porque la manifestación también había dejado su huella allí y estaba plagado de seguridad.
Staten Island
Cambiando totalmente de aires llegamos al muelle donde cogeríamos el ferry gratuito con dirección a Staten Island. Esta es la mejor opción para ver de cerca la Estatua de la Libertad.
También tienes la posibilidad de coger ferries que te llevan a la Liberty Island donde se encuentra la estatua para poder visitarla por dentro.
El viaje en el ferry gratuito tarda alrededor de 15 minutos en llegar a Staten Island, mientras tanto vas disfrutando de las vistas a la estatua pero también del skyline de Manhattan algo que, particularmente, me pareció mucho más atractivo.
Una vez en Staten Island, la mayoría de las personas vuelven en el ferry siguiente, pues esta isla no tiene mucho que mostrar, es más bien residencial. Pero nosotros, que a curiosos no nos gana nadie, vimos unos carteles nada más llegar que anunciaban la apertura de un Outlet a pocos metros así que… ¡allá fuimos! Entre las muchas tiendas que había, hicimos el agosto en Levi’s.
Battery Park
Era mediodía cuando cruzamos de nuevo a Manhattan y decidimos, aprovechando el sol que contra todo pronóstico nos regalaba Nueva York, comer unos perritos calientes de un carrito de la calle en una de las mesas que había en Battery Park.
Este parque está genial, ubicado justo en la orilla del río Hudson ofrece unas vistas muy chulas. Es el pulmón perfecto para el Downtown. Tiene delimitadas sus zonas para canes, bicis, viandantes… y entre todas ellas, campan a sus anchas las inquietas ardillas.
La tarde seguía soleada así que aunque eran más de 7 kilómetros, no dudamos en hacer la ruta hasta nuestro barrio andando.
De Battery Park fuimos bordeando el río Hudson. El paseo nos resultó muy familiar. Lleno de zonas verdes donde jugaban los niños mientras los padres conversaban en un ambiente tranquilo. También había zonas de ocio para todos los gustos: pistas de tenis, canchas de baloncesto, columpios infantiles, rampas de skate, zonas caninas con piscina…
Fue una ruta muy amable, muy recomendable y sobre todo, muy humana. Mientras la recorríamos había ratos en los que se nos olvidaba que estábamos en Nueva York, la ciudad que nunca descansa, la que siempre está perfecta para una escena de película. Nos dimos cuenta de que en Nueva York, como en cualquier parte del mundo, la gente tiene unas rutinas diarias y un lunes es igual de lunes aquí que allí, con su jornada de trabajo, su rato de recreo, su rato familiar, su rato de deporte, etc.
Con el sol puesto y la lección aprendida, quisimos poner punto y final a nuestro día con una buena cerveza en uno de esos happy hours de los que tan fans nos habíamos vuelto. 😉
La ruta
